Estaba un poco ansiosa, así que me pareció buena idea ir a comprar alguna roca para mi pequeña colección. Tenía una gran variedad para escoger y desde la última vez puse mis ojos sobre el lapis lazuli, su hermoso color me llamaba. Al principio tomé una, pero no estaba convencida, quería una más grande y comencé a buscar y a buscar una que me gustara. Recordé que por ahí dicen que la piedra te escoge a ti, no tú a ella, y que deberías tomarla al azar, no escogerla; preferí desafiar esa idea y compre la roca que yo escogí, bastante pequeña y puntiaguda.
Al llegar a mi casa las limpié en agua con sal de mar y al amanecer decidí llevarla a la oficina junto con mi colección. Después de todo no había tenido días muy buenos, y en mis supersticiosos pensamientos, creía necesitar algo de buena vibra a mi alrededor.
Llegué a mi escritorio y al sacar piedra por piedra me di cuenta que ya no estaba mi mas reciente adquisición. La perdí, apenas la compré y la perdí... ¡Qué coraje! La busqué por todas partes, también en el suelo de mi recámara y no la ví.
Hoy estuve pensando en ella, la roca me abandonó, ella no me quiso a mi, tal vez si me hubiera quedado con la primera no se habría perdido. Al ratito abrí un cajón y me encontré un cuarzo blanco que no sabía que tenía, probablemente mi madre la dejó cuando vivía aquí (hace 15 años), la tomo en mis manos, me volteó y lo primero que veo en el piso es el LAPIS LAZULI, ahí dónde ya había buscado antes. La roca me enseñó una lección.
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