Esa sonrisa me recuerda a la de un pequeño, llevándose las manos a los ojos para disimular la poquita pena que le da cuando sabe que ha dicho algo que no debía. El niño se sonroja y baja la cabeza pero desde que lo conozco nunca me ha dejado de sorprender lo sabio que es. Le admiro y le respeto y presiento que en cada encuentro, el cariño mutuo crecerá.
Él tiene una chispa interna que nunca se ahoga… Ese niño es una luz.
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